En todos los hogares siempre hay un zaquizamí, un espacio o estancia grande o pequeña, un rincón lleno de trastos donde van a parar los objetos o materiales viejos que están en desuso, una buhardilla con goteras donde anidan las búhos o un altillo de difícil acceso donde lo que buscas está al fondo de todo, una habitación oscura, un trastero, en la que cada vez que abres la puerta cae alguna caja, o alguna escoba, o algo.
Zaquizamí es un espectáculo vitalista donde juguetes y trastos abandonados en un desván o trastero cobran vida, buscan nuevas oportunidades y hacen de sus defectos virtudes. Un canto a la diversidad, a la solidaridad y al espíritu de superación.
Nuestro zaquizamí, el de nuestra historia, está al fondo del pasillo. Tiene tres estantes mal puestos, una puerta con llave y pestillo y un enchufe que no funciona. Cada vez que se apaga la luz hay una fiesta y sus habitantes, los que no se ven pero están, empiezan a vivir, a jugar y a soñar cuando creen que no les oyen.
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